miércoles, 25 de febrero de 2009

DISNEY TREASURES

La colección Disney Treasures supera holgadamente la veintena de títulos en su hogar natal de E.E.U.U. Aquí, y en el resto de Europa nos hemos quedado en un puñado, una pequeña porción compuesta por los títulos más evidentes. Disney nos regala una nueva tanda en la que incluye el no tan célebre Oswald el conejo afortunado. Aquí el listado completo de lanzados y por lanzar via Zonadvd.

ADULT(ERI)O: EXABRUPTO A NINGUNA PARTE

No me cabe la menor duda de que en breve las reducidas y selectas muchedumbres de la octava esfera celeste, anglófonas y francófilas en un noventa y ocho por ciento, se harán lenguas de la nueva tendencia en el cine de animación a raíz del recentísimo estreno de Waltz with Bashir para predicar sus excelencias y narrar sus innúmeras industrias. Huelga decir que tal tendencia no es otra cosa que un constructo oportunista alimentado por una visión bien sesgada y carente de perspectiva histórica del panorama que habitualmente nos ocupa y nos embarga por esta parte del blogosferio. Es inevitable y ciertamente tentador tirar del hilo, o de la manta, y retomar la cercana en el tiempo Persepolis y de ahí, de carrendilla, de memorieta, como un salto de fe al vacío o como el que hunde el brazo ciego y tanteador en las tinieblas de la alacena en busca del colador, a sabiendas que no se ha movido del sitio ni un mísero milímetro, enlazar, cuando no engarzar, con La tumba de las luciérnagas, pasando de puntillas o mentando descaradamente sin mucha convicción Azur et Asmar e incluso la mismísima Les triplettes de Belleville. Los más sesudos y románticos no pueden ni quieren dejar estremecidas en el tintero When the wind blows o La Planète sauvage; los filonipones Hadashi no gen y los otakus y doblemente “filo-” Hadashi no gen II o Ushiro no Shoumen Daare?. Esta nueva tendencia, dicho sea de paso, es la del cine de animación orientado al público adulto.

Que el cine de animación está en auge es un hecho innegable. El conflicto, si lo hubiera, y si no lo hay se busca y rebusca hasta dar con él, radica es distinguir entre los países que están experimentando en su seno un surgir de esta industria de aquellos otros que acogen un re-surgir. Francia está a la cabeza de Europa en esto de la animación desde hace unas décadas. No sólo ha expandido su poderío en el terreno comercial y siempre rentable de las series de televisión, sino que además ha sabido mantenerse fiel a sí misma y a su concepción de las artes menores o devaluadas como vehículos de expresión artística de primerísimo orden, valga lo dicho tanto para el cine de animación como para el cómic. Así, la miríada de largometrajes francos que vienen excitando el paladar de los conaisseurs desde hace aproximadamente un lustro, encabezada por Belleville y seguida de Azur et Asmar (financiada parcialmente con capital español), Renaissance, Persélopis o la recién nacida Waltz, que también cuenta con participación francesa, tienen su primer y más importante precedente en Le roi et l´oiseau, la que es sin duda la madre del cordero del cine de animación para adultos pero, al mismo tiempo, el paradigma del tipo de animación que un adulto y un niño pueden sentarse a ver al unísono sin complejos de ningún tipo, el típico discurso que Miyazaki ha hecho santo y seña de su obra y de su proceder, y como remate, sumado a todo esto, ejemplo máximo del largometraje animado como obra de arte total, perenne, inagotable, clásica y moderna a un tiempo, equilibrada y desbordante, que en ningún momento dobla la rodilla antes los excesos vanguardista, preciosistas o los terribles ardores poéticos, solo igualada por Die Abenteuer des Prinzen Achmed de Lotte Reiniger. Francia cuida y mima su legado animado, pionero y vanguardista como pocos, y con el tiempo ha vuelto al lugar que le corresponde en la historia de este mundillo nuestro. Aún parece lejano el día en que en España alguien se anime a recuperar y a dar a conocer nuestro legado, desde Segundo de Chomón hasta el infinito y más allá. En este contexto, India sería el ejemplo opuesto. Un país con un escaso acerbo del que sólo soy capaz de rescatar a Ishu Patel y que muchos señalan como una futura potencia animada en la que los estudios proliferan como setas. Entre Francia y la India, China y - de lejos - Corea.

Separemos desde el principio el corto y el largometraje, por ser dos terrenos bien distintos, con evoluciones dispares. Mientras el primero es un cauce que ha alcanzado sobradamente la madurez, el segundo, en cuyo ámbito se circunscribe este texto, aún nos depara muchas sorpresas – prueba de ello son estas líneas-. Dicho esto, lo siguiente es precisar un poco en todo este tema del cine de animación adulto que parece estar lleno de malentendidos. Si por adulto entendemos un contenido destinado a un público exclusivamente adulto, entonces el porno o el hentai, que cuentan ya con un recorrido de varias décadas, son ya géneros adultos en sí; por supuesto, entran en esta categoría Koushoku Ichidai Otoko y Kanashimi no beradona, formidables exponentes del cine de animación como obra de arte indiscutible (y en un escalón muy infeior Fritz the cat, Dirty Duck y un largo etcétera). Si por adulto entendemos la elaboración de un discurso de una complejidad elevada, ya sea conceptual o puramente narrativa, entonces Ghost in the shell, Tenshi no tamago, Chronopolis, Théâtre de M. et Mme. Kabal o el Ubu et la grande gidouille de Jan Lenica son formidables exponentes, sin desdeñar las gamberradas rotoscopiadas de Ralph Bakshi (Heavy traffic, American pop, Coonskin ...) o las seudoincursiones de Richard Linklater en Waking Life y A scanner darkly. La experimentación formal por sí sola no es un criterio válido, pues si Kanashimi es un film para adultos, nada de lo dicho se puede aplicar a Feherlofia, una historia lineal y sencilla donde las haya, que regala los momentos animados más gloriosos que se hayan visto jamás en un largo. Dentro de este conato de taxonomía, no debemos olvidar el cajón desastre y los cuartos oscuros, en los que tiene cabida tanto el cine para todas las edades, incluyendo la adulta, con Miyazaki y similares a la cabeza, como el cine de animación infantil / juvenil salpicado de escenas no aptas para ojos sin mácula - verbigracia: buena parte del anime, que aún seguimos sin saber muy bien cómo encajar en eso de las edades recomendadas, empezando por El puño de la estrella del Norte, Akira, Urotsukidoji, la obra de Kawajiri o el cine de terror en general, sin olvidar otros casos más desconcertantes, como los especiales para TV que la Toei realizó durante los ochenta, siendo Kyoufu Densetsu - Kaiki! Frankenstein un caso digno de pasar a los anales y crónicas reales por su inquietante uso de la violencia y de las vísceras (ojo a la edición italiana, que viene con un cuaderno de dibujos para colorear) -, o el destinado a un público joven pero jalonado a su vez con algunas escenas de un calado emocional capaz de sobrepasar las expectativas de cualquier niño: ahí está la escalofriante escena cumbre de Nezha conquers the dragon, el final de Anju to zushio-maru o, porqué no decirlo, la irrupción temprana e inesperada de la muerte en Bambi. Tampoco consigo quitarme de la cabeza algunas escenas muy concretas de Blancanieves, que en su día me parecieron de una naturaleza aterradora, ciertamente adulta, o la aparición de ese diablo gigantesco que asoma rotundo sobre la cima de una montaña, poderosamente tétrico y macabro, en el fragmento de Fantasía que ilustra la partitura de Mussorgsky - no olvidemos la vocación eminentemente experimental de la obra de Disney, que tenía en mente lo que se estaba haciendo en Europa por aquel entonces cuando se embarcó en el proyecto-. ¿Y no es acaso Bagi una obra orientada hacia un público adulto? Es difícil imaginar un final más trágico - que el ávido de Tezuka puede recuperar en una de las historias de Midgniht, uno de los últimos mangas de este dios tan particular-. ¿Y qué decir de Ringing bell? Que bajo un falso envoltorio disneyiano -no en vano la productora Sanrio produjo varias cintas, dirigidas por Masami Hata, con una innegable influencia estética del Disney más clásico (y rancio a veces)- esconde una historia oscura donde las haya. También tenemos ahí a Strings, Princess, Watership Down y The plague dogs, sobre todo The plague dogs, que remite directamente a La llamada de la naturaleza, otros de los especiales Toei de los 80, adaptación cruda, fiera y violenta donde las haya, excesivamente dura para un niño y para cualquier adulto que tenga empatía con los perros. The plague dogs, decía, no sólo es el ejemplo perfecto de cine de animación para adultos, sino una de los mejores largos de la historia de la animación. Toda la historia está impregnada de un pesimismo funesto (algo parecido a La tumba de las luciérnagas pero mucho más pronunciado) desde el primer momento, que no hace sino crecer y acentuarse a medida que avanza la trama, que se desarrolla como una película de fugitivos clásica. Hay momentos duros, el inicio en el laboratorio, el cadáver devorado de un hombre y el final, sobre todo el final, desalentador y terrible. Al término, queda un poso de tristeza difícil de digerir. También recuerdo Charlotte´s web que, siendo un producto claramente orientado al público infantil, dibuja una hermosísima reflexión sobre la muerte y el ciclo de la vida de forma sencilla y nada traumática – al contrario que The plague dogs, que busca herir deliberadamente la sensibilidad del espectador; tal vez aquí radique la gran diferencia entre el cine de animación infantil y el de adultos -.

Lo que intento decir es que la aparición del cine de animación para adultos es una milonga. No me cabe la menor duda de que ahora una conciencia enorme sobre las posibilidades de la animación como vehículo para contar historias más complejas de lo habitual. Si bien el concepto de cine adulto no está claro y cualquier intento de definirlo corre el riesgo de hacer aguas, me inclino a pensar que se puede fijar en un cine que toca temas de interés adulto de una forma madura. La guerra, la muerte o el sexo son temas de interés adulto, pero a mi entender sólo alcanzan la categoría de adulto cuando se tratan con madurez, con la madurez de un adulto. Bueno, basta ya de aliteraciones. El cine de animación para adultos no es nada nuevo. La diferencia en la actualidad es que ahora puede ser el momento es que la industria empiece a ser receptiva a la idea de invertir grandes cantidades de dinero en un producto que, en principio, no parece que vaya a resultar muy rentable (¿?). Los responsables de Kandor Graphics, productora de la reciente El lince perdido, declaraban en una entrevista que en el futuro les gustaría abordar productos enfocados a un público más adulto, como por ejemplo el género de terror (y si miramos El corazón delator, el corto de Raúl García, la cosa suena bastante bien); a eso me refiero.

Hace unos años escribí un artículo ciertamente abominable sobre Maus, el cómic de Spiegelman. Hay demasiadas cosas que no se sostienen en ese texto que me queda un poco lejano ya, pero sí me gustaría rescatar uno de los pilares en los que descansaba la crítica que vertebraba el artículo, aquella que declaraba que parte del mérito de Maus se debía a una razón totalmente espuria desde el punto de vista artístico: el tema. Argumentaba que la obra había ganado enteros por la elección de un tema tan delicado y que despierta tanta empatía como el holocausto judío. Por eso y por la concesión del Pulitzer. No quiero entrar en detalles, me parece un poco cansino y molesto. Sólo digo que Persepolis o Waltz with Bashir se han ganado el respeto y la admiración de los adultos, de los cinéfilos ajenos a la animación y de los aficionados a este mismo cine por el simple hecho de tocar un tema tan delicado y espinoso como el que cada una toca; problemas, situaciones y conflictos de rabiosa actualidad y que concitan el interés del mundo entero. También se beneficiaron de la guerra When the wind blows, que me parece la más honesta de toda esta desgarbada lista, y La tumba de las luciérnagas. Nadie, sin embargo, suele hablar del excelente trabajo de Takahata como director en esta obra, de aproximación inusitada y poco frecuente al tratamiento de la historia mediante la elección del encuadre, del tempo, propio de una película de imagen real; tampoco nadie se hace eco de la indolente simplicidad narrativa de Persepolis, que sufre en excesos los efectos de una mala adaptación, demasiado literal y despreocupada; nadie parece recordar que hay largos animados que tratan temas más triviales con una riqueza infinitamente superior o que dibujan personajes con una profundidad psicológica que en Persepolis se echa en falta. No, nada de eso importa, lo que importa es que tocan la guerra de religiones, y que eso es excusa suficiente para acercar la lupa a lo que interesa y dejar de lado otros méritos más artísticos y perdurables. Rara vez se hace referencia a la naturaleza documental de Waltz, que resulta algo poco frecuente en este ámbito (The sinking of the Lusitania, Drawn from memory, A is for autism, Chicago 10…); la guerra nos obnubila a todos y nos hace olvidar que la elección de un tema interesante no hace una obra buena por sí sola. Sería bueno tener todo esto en cuenta cuando leamos o escuchemos de ahora en adelante las típicas frases hechas a propósito del film de Ari Folman como que “marca un antes y un después”, “hito en la historia del cine animación”, “una película para adultos sin precedentes” o pamplinas por el estilo.

¡MENUDO INTROITO, MENUDO EXABRUPTO A NINGUNA PARTE!

COWBOY BEBOP VS GALAXY RANGERS

Cowboy bebop debe su fama, entre otras muchas cosas, a un excelente trabajo de diseño de producción que destaca, por encima de todo, por la introducción de elementos retro y anacrónicos, así como de escenarios propios de otros géneros ajenos a la ciencia ficción en un entorno futurista donde el western, el género negro o las artes marciales se dan la mano. Nada nuevo bajo el sol, la verdad sea dicha. Como influencias, de obligada mención en estos casos, suelen citarse La guerra de las galaxias, por su particular fusión del western y la ci-fi; Alien, el octavo pasajero, por “ensuciar” y desmitificar el género espacial, al comparar el interior de una aeronave con la cabina de un camión de mercancías, y a sus tripulantes con currantes embutidos en monos sucios de trabajo, proletarios en toda regla; Bladerunner, epítome de las distopías futuristas y de mundos “babelizados”; etc. No olvidemos la obra de Leijii Matsumoto, muy dado a estas anacronías, especialmente al “western galáctico” (acabo de acuñar esta expresión sobre la marcha, se nota, ¿verdad?).

Pero la verdad es que nada de esto vino a mi cabeza cuando vi Cowboy bebop por primera vez. Lo que yo pensé después de un par de minutos es que allí había un montón de cosas que me recordaban a La patrulla galáctica (Galaxy Rangers). La relación me parece bastante evidente, aunque en ningún momento he visto citar esta serie en relación a la de Sinchiro Watanabe. Unos tíos vestidos de rangers de Texas patrullando naves espaciales y montando en caballos robóticos con armas láser. El retrato de los buenos, de los malos, de los gañanes y del resto de fauna que puebla el género del western y/o el de aventuras es siempre el mismo; los arquetipos se mantienen, los artilugios mudan y medran. Ya hablaré de esta serie, seguro que muchos la recuerdan.

LOVE AND WAR

“Probablemente la primera ópera animada del mundo” (Probably the world´s first animated), puede leerse en la página de Love and War, un cortometraje sueco de marionetas del 2007. Haciendo un perezoso ejercicio de memoria, se me ocurren los cortometrajes inspirados en la música de Mozart que Lotte Reiniger realizó en la década de los treinta en Berlín (y también los de Londres, dos décadas después), siendo Papageno tal vez el más famoso, o las recopilaciones de cortos de animación basados en óperas ilustres (verbigracia: Vox Populi); todo esto sin olvidar a los hermanos Luzzatti, los animadores operísticos por antonomasia. Ahora bien, con marionetas, no recuerdo ninguno en concreto, pero si conservo el vago recuerdo de haber visto en la tele alguna ópera hecha con ellas (ah, casi olvidaba las representaciones de obras clásicas, entre ellas Mozart, del teatro de marionetas de Salzburgo; pero claro, esto no es animación).

Al margen de algunos fragmentos CGI (Computer Generated Images), la mayoría del metraje se desarrolla con marionetas animadas en tiempo real, algo muy similar a los visto en Strings; es por esto que, estrictamente hablando, Love and war no es una obra de animación (así que tampoco podría considerarse una “ópera animada” si nos ceñimos al contexto en el que nos movemos), por motivos que ya expuse aquí. Eso no quita que merezca la pena verla, aunque sólo sea por el apartado musical, que aviva y enriquece una historia de por sí bastante sencilla (oso-conoce-a-cerdita-se-enamoran-luna-de-miel-la-guerra-que-se-cruza-por-medio-con-consecuencias-nefastas) pero que, en un momento dado, a todos nos apetece ver; a nadie le amarga un dulce.